Filigrana

Notícies

El microrrelato: un género de frontera

Se suele señalar a Charles Baudelaire como el precursor del microrrelato. Sus Pequeños poemas en prosa, de 1869, —conocidos también bajo el título de El spleen de París—, dieron pie a una nueva modalidad narrativa que empieza a desarrollarse en el Modernismo y en las vanguardias. Se trata de poemas que pueden leerse de manera aleatoria, como si de relatos cortos se tratara, puesto que no existe una continuidad entre las distintas partes. Dice Baudelaire a su colega Arsène Houssaye en la dedicatoria: “Considere, se lo ruego, cuán admirable es la comodidad que esta combinación nos ofrece a todos: a usted, a mí y al lector. Podemos cortar por donde queramos: yo, mi divagación; usted, el manuscrito, y el lector la lectura; puesto que no dejo colgada del hilo interminable de una intriga superflua la voluntad zahareña de éste. Quite una vértebra, y los dos pedazos de esta fantasía tortuosa se volverán a unir sin trabajo. Píquela en muchos fragmentos, y ya verá cómo cada uno puede tener existencia por sí”. Baudelaire rompe así con la estructura poética clásica e influye, de manera directa, en los escritores simbolistas. Y, sobre todo, apunta a aquello de lo que se hablará más de cien años después: la estrecha relación que existe entre la prosa poética y el microrrelato. 

La literatura es un fiel reflejo de los tiempos y de las necesidades. Y la modernidad en la que vivimos nos ha acostumbrado a la inmediatez, a lo instantáneo, a lo del momento. En este contexto, el microrrelato encuentra su mejor campo de cultivo posible. El que para muchos representa ya el nuevo género narrativo, resulta ser un acompañante ideal para viajes cortos, para ratos de ocio lector reducidos, para cerebros cada vez más acostumbrados a prestar su atención durante lapsos de tiempo cada vez más breves.

Hasta el momento, no ha habido un acuerdo a la hora de definir lo que es un microrrelato, ni si es un género independiente del cuento. Hay quien lo considera hermano de la poesía por la concentración del significado en su corta extensión, o, mejor, por la evocación del significado. Hay quien lo vincula con la viñeta, la fábula, el cuento popular, la anécdota, la parábola, o la alegoría, y quien defiende que es una variante más del cuento literario.

En lo que sí que parece haber acuerdo es en el hecho de que se trata de un tipo de escritura que ofrece una visión no convencional de la realidad, que se sirve del humor, de la experimentación con la palabra, del juego entre lo que se dice y lo que queda por decir, etc., para provocar una serie de efectos que acostumbran a tener que ver con el hecho de sorprender al lector u obligarlo a pensar un poco más de lo que lo obliga cualquier otra lectura. Y en lo que también conviene todo el mundo es en que se trata de una modalidad narrativa especialmente adecuada para el ritmo de vida de nuestra sociedad y de nuestras formas de comunicación. Su brevedad, la condensación de los elementos de la historia, la tensión narrativa y la capacidad de evocación y sugerencia, hacen que el microrrelato sirva cada vez más de respuesta a necesidades inmediatas de placer lector, y que este placer se convierta en algo adictivo, hasta el punto de que un lector de microrrelatos raramente dejará de serlo nunca. 

Además, hay dos aspectos (que podrían resumirse en uno) que hacen que el microrrelato sea un género (nosotros lo consideramos un género) especialmente atractivo, y es que se trata de un ejercicio de difícil escritura y de trabajosa lectura. El escritor tiene que ser lo suficientemente hábil para condensar el significado en pocas líneas, para elegir qué no dice y para ofrecer al lector distintas posibilidades de interpretación o resolución del conflicto planteado. Y el lector tiene que ser lo suficientemente apañado para leer en lo que no se dice y para interpretar el juego al que ha sido invitado por el escritor. En el microrrelato más que en ningún otro género, escritor y lector bailan al ritmo de músicas escritas sin volumen, y se desplazan por terrenos del imaginario en una comunión casi metafísica por lo que no tiene de explícito sobre el papel. En este sentido, escritor y lector son un todo que crea y que completa el significado, y tan difícil es ser lo uno como lo otro. Pero la recompensa es muy grande para ambos.

En esta ocasión, desde Filigrana presentamos Ánima Animal, un conjunto de sesenta y dos microrrelatos escritos para ser leídos pero también, y muy importante, para ser contados. 

En Ánima Animal, el venezolano Rubén Martínez da voz a una serie de animales a los que, a veces con ironía, a veces con cinismo, a veces con belleza, les extrae el alma; y allá cada cual con su conciencia, pues no dejan indiferente a ningún humano.

El espíritu de Ánima animal está emparentado con la tradición del cuento breve cultivado por autores latinoamericanos como Augusto Monterroso, Enrique Anderson Imbert, y los insólitos autores venezolanos Ednodio Quintero, Carlos Villalba y Gabriel Jiménez Emán.

Los cuentos están acompañados por treinta y cuatro ilustraciones y treinta y una composiciones musicales al piano, en ambos casos obra del propio autor de los textos, cosa que convierte al libro en un todo, podría decirse, absolutamente artístico. 

Rubén Martínez Santana es escritor pero también narrador oral, dramaturgo y un largo etcétera de cosas que tienen que ver con la creación, la comunicación y la palabra, y con este libro nos demuestra que, en verdad, el artista no conoce de límites.

Comparte esta entrada